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«Permitir que las mujeres construyan políticas públicas»

«Permitir que las mujeres construyan políticas públicas»

Socióloga de formación, Joséphine Ouedraogo fue ministra en dos ocasiones en su país, Burkina Faso, al que actualmente representa como embajadora en Roma. Destaca los avances y desafíos de un desarrollo equitativo entre hombres y mujeres en África. 

Ha ocupado usted altos cargos políticos. ¿Ha tenido que afrontar obstáculos por el hecho de ser mujer? 

Joséphine Ouédraogo: He vivido dos experiencias como ministra durante mi carrera, en circunstancias excepcionales. La primera, durante la revolución que llevó a cabo Thomas Sankara, como Ministra del Desarrollo de la Familia y de la Solidaridad Nacional, de 1984 a 1987. El presidente estaba muy comprometido con la emancipación de las mujeres. Cinco mujeres ocuparon cargos en el gobierno (presupuesto, medio ambiente, cultura, acción social, salud), cuando lo habitual era una sola. En noviembre de 2014 me convocaron por segunda vez para el Ministerio de Justicia, en el gobierno de transición formado tras la caída de Blaise Compaoré. Fue una etapa muy intensa, en un contexto de permanente ebullición social. No sufrí actitudes particularmente sexistas ni discriminaciones en estas dos experiencias excepcionales de construcción nacional: Como dice un proverbio mooré: «En tiempos de guerra, uno no tiene tiempo para pegar a su mujer». 

Sin embargo, en otros cargos, sobre todo a nivel internacional, sí percibí que a las mujeres se nos tendían trampas: para inducirnos a error, se nos niegan los apoyos que nos corresponden y se nos oculta información. Algunos compañeros se sienten humillados porque su superior jerárquico es una mujer. No se trata de luchas explícitas, sino más bien de resistencias, de desobediencia e indiferencia. 

¿Qué avances ha identificado en materia de emancipación de las mujeres en los países africanos que conoce? 

Obviamente, los obstáculos conocidos no han desaparecido: acceso desigual a la educación, a la formación, al empleo, presión de las tradiciones tales como el matrimonio precoz o forzado, la tutela patriarcal y religiosa, etc. Pero hay que destacar lo que ha mejorado. Las mujeres ocupan cada vez más escaños parlamentarios en Ruanda (61%), en Sudáfrica (46%), en Senegal (41%) y en Etiopía (38%), así como un tercio de los cargos en el gobierno en Burkina Faso. La globalización ha roto algunos viejos moldes sociales y económicos, brindando oportunidades a la población activa. Ahora vemos a mujeres analfabetas tomar un avión para hacer negocios en China o en Estados Unidos, se contrata a mujeres científicas a nivel internacional… Las mujeres están menos relegadas al espacio doméstico y muestran sus aptitudes en el mercado laboral. En los últimos veinticinco años, la sociedad civil africana se ha fortalecido y las mujeres están muy implicadas en las luchas sociales. 

Desgraciadamente, la contrapartida de estos avances es cruel. La privatización impuesta en las políticas sociales en materia de salud o de educación genera desigualdades. Los servicios básicos son aún más inaccesibles a las personas desfavorecidas. Por lo general, la inseguridad aumenta en todos los niveles y las mujeres pobres sufren las consecuencias por partida doble: violencias, migración, explotación, trata. A estos problemas clásicos se suman, en el caso de las mujeres, los efectos de la desestructuración global de las sociedades africanas, que han perdido sus mecanismos endógenos de protección social. 

¿Qué prioridades fijaría en las políticas públicas para garantizar un mayor acceso de las mujeres a la vida económica y política?  

Creo que el objetivo de las políticas públicas es llevar a cabo un desarrollo equitativo que tienda a satisfacer los derechos fundamentales de todas las personas, tanto hombres como mujeres.  Ningún gobierno podrá alcanzarlo si excluye a una parte de la población de los sistemas de toma de decisiones, en todos los niveles. 

Y como ocurre con cualquier sistema de exclusión, las más afectadas son las mujeres y las niñas, por encima de los hombres. Por lo tanto, habría que liberar la voz de las mujeres y permitir que participen en todos los ámbitos de actividad de la sociedad. Tienen que poder expresarse libremente, sobre todo en la elaboración de las políticas públicas. Lo hicimos en 1985, reuniendo a 5000 mujeres de todas las provincias del país para definir las orientaciones de un código de la familia que abolió las reglas tradicionales en materia de herencia, de edad para el matrimonio, de poligamia, de gestión de la infancia, etc. Si las mujeres participasen más, muchos de los problemas que las afectan, tales como el acceso de los hogares al agua potable, a la energía y a las tecnologías en las zonas rurales ya se habrían resuelto hace tiempo.