En torno al lago Nokoué, casi cien mil habitantes disfrutan desde hace varios años de un servicio eficaz que garantiza el acceso al agua potable y al saneamiento. Son sus representantes quienes se encargan de la explotación y del mantenimiento del servicio. Así, este modelo de gestión participativa demuestra su eficacia frente al modelo de gestión privada del agua que predomina en el país.  

A una hora de Cotonú, la ciudad principal de Benín, la población que habita en torno al lago Nokoué ha aceptado durante mucho tiempo la función ambivalente del mayor lago del país: los recursos para la pesca, los distintos usos del agua y, al mismo tiempo, vertedero de excrementos humanos y de residuos de todo tipo. Dada la obsolescencia de las instalaciones públicas, la gente se había acostumbrado a beber el agua del lago, a pesar de que fuera insalubre, o iba a sacar agua de pozos lejanos de dudosa salubridad. Esta tarea, realizada por las chicas, muchas veces las obligaba a abandonar sus estudios. 

En 2007, con el apoyo del grupo local Emaús Pahou, la asociación de pescadores del lago, un colectivo de habitantes y las autoridades locales, Emaús Internacional decidió llevar a cabo un proyecto que, por su envergadura y su ambición, ahora tiene una notoriedad internacional: la construcción de una infraestructura completa de producción y distribución de agua potable y de saneamiento, para las casi cien mil personas que habitan las orillas del lago Nokoué. Sobre todo, Emaús ha dejado en sus manos la explotación y la gestión del agua. Un verdadero reto, según los escépticos, quienes dudaban de las capacidades de la población, de la cual el 80 % es analfabeta y su ingreso medio no supera 1,5 dólares al día por persona. 

Diez años más tarde, el lago Nokoué contaba con doce pozos nuevos, nueve torres de agua y plantas purificadoras, una red de aseos públicos y un centenar de fuentes que abastecen a más del 80 % de la población. El agua potable la facturaban las personas encargadas de las fuentes a una tarifa muy asequible. Casi doscientas personas trabajan en las instalaciones, con una remuneración de media jornada.  

En 2021, la satisfacción perdura. El nivel de higiene ha mejorado mucho, el lago está mucho menos contaminado y la población valora las instalaciones, que le aportan claros beneficios. Las y los habitantes del lago han demostrado que saben gestionar este servicio público gracias a la gobernanza participativa que sigue funcionando igual que al inicio: cada barrio y pueblo elige a sus representantes para las reuniones bimensuales; un comité directivo supervisado por la población da el visto bueno a las obras, a las inversiones, a los ingresos y gastos, a la tarificación del agua, etc. De este modo, el agua es un bien común y toda la comunidad comparte el interés de asegurar su buen mantenimiento y su calidad. Esta visión ha quedado arraigada en la población, aunque el modelo sigue siendo un desafío diario debido a las reticencias internas y a la oposición directa de otras partes implicadas en la gestión del agua en Benín.  

Factor clave del éxito del proyecto y de una apropiación sostenible de las instalaciones, la población ha participado en todas las etapas, especialmente a la hora de identificar la ubicación adecuada de los pozos. Marius Ahokpossi, asesor del proyecto y antiguo director del servicio de agua de Benín, confirma la importancia de este aspecto: «Mi experiencia en el desarrollo rural me ha enseñado que hace falta tiempo para que la población se adueñe plenamente de los proyectos y de los cambios de hábitos». Igualmente, subraya «el enfoque innovador» en la construcción de las infraestructuras, sobre todo mediante la implicación de la población «actora y decisora en todos los niveles»Otro pilar del éxito es el lugar que ocupan las mujeres, que tienen un papel central en la economía y la gestión de los hogares. La paridad ha estado presente desde el principio en los órganos de decisión, donde las mujeres han ido adquiriendo cada vez mayor influencia. Han demostrado ser vectores ineludibles en la transmisión de los mensajes sobre la higiene a los hogares, ya que ahora es impensable beber el agua del lago. 

Hoy día, la población afronta el reto del mantenimiento de la red, ya que algunos componentes se han quedado obsoletos, como por ejemplo los generadores que abastecen las pompas de los pozos. Emaús Internacional, que ha seguido acompañando el proyecto, ha tenido la iniciativa de instalar paneles solares en los generadores para reforzar la seguridad del suministro de agua y reducir la huella ecológica de las instalaciones. Además, esto permite reducir el coste de la factura de gasoil, que representa la mitad del presupuesto de funcionamiento del sistema. 

Por lo tanto, esta etapa resulta tanto más importante cuanto que el proyecto aún no se autofinancia, en parte porque se ha decidido que el acceso a los aseos públicos sea gratuito para facilitar su uso por parte de la población pobre que, de lo contrario, seguiría recurriendo a la naturaleza. No obstante, las incógnitas que hay que resolver en esta ecuación económica son más bien las que conciernen el abastecimiento de agua. Las fuentes son infrautilizadas, aunque bastaría que cada familia empleara cinco o seis litros de agua al día para que el proyecto alcance el equilibrio financiero. El precio fijado por los miembros de la asociación de usuarios no es en absoluto excesivo con respecto al poder adquisitivo de los hogares y a la calidad del agua, sometida a controles de laboratorio dos veces al año. No obstante, sigue siendo superior al precio aplicado en fuentes no autorizadas que no cumplen ninguna normativa sanitaria. El alcalde del municipio podría utilizar sus competencias para poner fin a esta nociva rivalidad, tanto en términos sanitarios como económicos, exigiendo que las fuentes no autorizadas respeten las normativas.  Esta es una nueva lucha para las poblaciones locales, que no se rinden y llevan a cabo acciones de incidencia política ante las autoridades locales, con el respaldo de Emaús Internacional.